¿Se imaginan levantarse cada mañana, durante una dictadura brutal, para ir a trabajar a un lugar donde llegaban madres, hijos, esposas y amigos buscando a alguien que tal vez ya no volvería? ¿Se imaginan escuchar, día tras día, relatos de tortura, exilio, allanamientos y desapariciones, sabiendo que no existía garantía alguna de que ustedes mismos llegaran sanos y salvos de vuelta a casa?
Eso hicieron, durante años, las trabajadoras y los trabajadores de la Vicaría de la Solidaridad. Jóvenes entonces, con biografías recién empezando, optaron por poner sus vidas al servicio de quienes más sufrían. Lo que otros habrían llamado “un trabajo”, para ellos fue una decisión de conciencia: una escuela de derechos humanos, de ética y de humanidad.
Casi cincuenta años después de la creación de la Vicaría por el Cardenal Raúl Silva Henríquez, más de un centenar de ex funcionarios y funcionarias volvieron al Palacio Arzobispal, en la Plaza de Armas 444, sus antiguas oficinas. Se reencontraron en el mismo edificio donde, en los años más duros de la dictadura, se acogió y acompañó a miles de personas que buscaban verdad y justicia.
La memoria nos convocó. Y la casa de la Vicaría volvió a llenarse de nombres, abrazos y canciones. Cada uno con su chapita con el logo de la conmemoración de 50 años de la Vicaría y un lápiz de recuerdo, firmaron una vez más, por la vida.
Un reencuentro largamente esperado
Había meses de trabajo silencioso: buscar teléfonos, rastrear correos, llamar a unos para que ayudaran a encontrar a otros, cruzar listas y recuerdos. El objetivo era claro: volver a reunir, en un mismo lugar, a quienes levantaron la Vicaría de la Solidaridad.
Antes de la hora indicada ya se veía el movimiento en el Palacio Arzobispal. Llegaban asistentes sociales, abogados, procuradores, administrativos, médicos, periodistas, gente de terreno, encargadas de talleres. Algunos venían apoyándose en un bastón; otros, con el mismo paso rápido de entonces. En los pasillos se mezclaban las lágrimas con las risas: caras que no se veían hace décadas se reconocían al instante, como si el tiempo se hubiera plegado sobre sí mismo.
No era una simple reunión de ex compañeros de oficina. Quedaba claro en cada abrazo largo, en cada “pensé que no iba a alcanzar a verte de nuevo”. Lo que se celebraba ahí era haber compartido una experiencia límite, una profunda ruta que marcó la vida de cada uno para siempre.
Volver a caminar los pasillos de la Vicaría
La jornada comenzó con un recorrido libre por las antiguas oficinas. La memoria se abría paso a través de las salas: ahí estuvo el Departamento Jurídico; en ese otro piso se preparaban informes, recursos de amparo, denuncias que desafiaban el miedo; más allá, las áreas sociales, de zonas y de salud organizaban programas y acompañaban a familias enteras.
En los pasillos, una exposición de fotografías y textos que se usó en 1992 cuando se cerró la Vicaría, paneles de testimonios con motivo de esta conmemoración y arpilleras que reflejan los 30 artículos de los Derechos Humanos, recordaba ese tiempo en que la Vicaría fue refugio y trinchera. Las telas bordadas por mujeres de poblaciones y familiares de detenidos desaparecidos volvían a colgar, ahora como testigos de reconocimiento. Cada puntada hablaba de pérdidas irreparables, pero también de creatividad, resistencia y amor.
Entre las conversaciones espontáneas se repetía una idea: “Éramos tan jóvenes que no dimensionábamos todo lo que estaba en juego, pero sabíamos que no podíamos mirar hacia el lado”. Varios contaban que la Vicaría fue su primer trabajo y, a la vez, el más decisivo de sus vidas. Allí se formaron profesionalmente, pero sobre todo se formaron como personas. Se palpaba en el ambiente, un agradecimiento de seguir vivos para contar una historia que algunos aún intentan acallar. Un respeto por esa iglesia que abrió sus puertas como buenos samaritanos -a creyentes y no creyentes- y que hoy también, abre sus ventanas y pasillos, para que esos valientes vuelvan habitar el refugio que construyeron.
La capilla-taller: oración en el lugar donde se tejió la solidaridad
El recorrido terminó en la hoy recuperada capilla del Palacio Arzobispal de una gran riqueza patrimonial. Para quienes trabajaron allí, ese espacio tiene otro nombre: la oficina de Talleres de la recordada Winnie Lira. Un lugar que en dictadura tenía las ventanas tapiadas y el cielo cubierto de paños negros, donde se recibían las artesanías y las arpilleras que llegaban desde las cárceles y los talleres distribuidos en distintos puntos del país.
La ceremonia guiada por las sentidas palabras del ex funcionario, Luis Enrique Salinas, fue hilando todos los emotivos momentos que estaban destinados a vivir. Cada uno puso a disposición sus talentos y eso se notó en cada acto simbólico.
En esa sala, que fue oficina, taller, bodega y, sobre todo, refugio para cientos de familiares de presos políticos y detenidos desaparecidos, se inició la oración. El Padre Tomás Scherz recordó que la Vicaría fue, en los hechos, una gran liturgia cotidiana: la de comprender al otro, y escuchar su dolor. “En este lugar se realizaba una liturgia de acercarse al otro, con el deseo profundo de trabajar mancomunadamente y ser una voz profética en tiempos de dolor”, recordando la labor pastoral de la Vicaría.
El Cardenal Fernando Chomali encendió el cirio que evocaba la llama inaugurada por el Cardenal Silva Henríquez en el Simposio Internacional de Derechos Humanos de 1978, símbolo de esa luz que se quiso mantener encendida en medio del terror. Incluso se escuchó la voz de EL Cardenal de aquellos años generando un viaje en el tiempo.
Luego comenzó la lectura de los nombres de trabajadores y trabajadoras de la Vicaría que ya han partido. Cada nombre caía al silencio como una campanada lenta; muchos asentían, otros susurraban “presente” desde su asiento.
El testimonio de Estela Ortiz, una de las tantas mujeres que hicieron de la Vicaría un espacio de acogida y lucha, dio rostro concreto a esas biografías marcadas por el compromiso y recordó a su marido brutalmente asesinado, José Manuel Parada, funcionario querido y recordado por todos.
La oración concluyó al ritmo de “Yo te nombro libertad”, en la voz de Isabel Aldunate, canción que acompañó velatones, actos y misas en los años más duros. Volvió a escucharse ahora, cargada de memoria y gratitud.
Una foto para la historia
Desde la capilla, los asistentes se trasladaron al Patio, escenario de tantas actividades, conferencias de prensa y concentraciones en tiempos de la Vicaría. Ahí se tomó una fotografía oficial: ex trabajadoras y trabajadores, con la imagen de la Virgen al centro, abrazando con sus cuerpos el espacio que alguna vez fue epicentro de denuncias y esperanza.
La foto no fue un simple recuerdo. Era también una declaración: medio siglo después, quienes sostuvieron cotidianamente el trabajo de la Vicaría siguen reconociéndose como comunidad.
El salón de actos: palabras, memoria y futuro
La parte final del encuentro se realizó en el Salón de Actos del Palacio Arzobispal, otro lugar cargado de historia. Fue allí donde, en plena dictadura, se organizaron vigilias, se recibieron delegaciones de organismos internacionales de derechos humanos y se realizaron actos culturales que devolvían aire y ánimo a una sociedad asfixiada.
En ese mismo salón, ex funcionarios como Ramiro Olivares y Viviana Heller compartieron sus testimonios. Hablaron del miedo y de la fuerza, de jornadas que terminaban tarde redactando recursos legales, de visitas a poblaciones y cárceles, de la amistad entrelazada en los pasillos, de la certeza de estar haciendo lo correcto aun cuando todo alrededor parecía decir lo contrario.
El Cardenal Fernando Chomali, Arzobispo de Santiago, además de reconocer quién era EL Cardenal, cuando se referían a Raúl Silva Henríquez, cerró ese bloque hablando sobre el deber ético de no trivializar nunca el sufrimiento vivido en dictadura. “Nunca voy a poder comprender en su cabalidad lo que significó esa época. Nunca voy a poder entender el dolor, la indignación, la impotencia. Ese es un dolor que traspasa el alma, que nunca vamos a entender y con el cual tenemos que ser tremendamente respetuosos. Y tal vez, si hay un cuidado que tenemos que tener hoy es no frivolizar esta situación, ni tampoco minimizarla, ni tampoco superficializarla. Es un tema hondo que toca las raíces mismas de una sociedad porque se violenta lo más sólido y sagrado que tiene todo ser humano que es su dignidad”, reflexionó.
Durante toda la jornada también estuvieron presentes el Vicario General del Arzobispado de Santiago, Monseñor Alberto Lorenzelli y Monseñor Manuel Camilo Vial, quien fue Obispo Auxiliar de Santiago en tiempos de dictadura.
Como en tantos actos de los años 70 y 80, donde la Vicaría contó con Joan Manuel Serrat, Paco de Lucía o Joan Báez, este especial encuentro tuvo un espacio para la música. La memoria se celebró con canciones que fueron banda sonora de aquellos años. Hay que recordar que la cultura fue muchas veces un salvavidas para tanto sufrimiento y esta vez guitarras y voces se unieron generosamente a este acto.
“Cómo no recordar las actuaciones del ICTUS, del Inti Illimani, Eduardo Peralta y el grupo ILLAPU, con el que cantábamos todos juntos el Negro José. Cómo no recordar la vigilia de los cantores populares a lo divino y humano, toda una larga noche durante las actividades del Año de los Derechos Humanos. Cómo no recordar a don Roberto Parada con su potente voz recitando la “oda al cactus de las arenas”: “Hermano, hermana espera, no nos ha olvidado la primavera”. Aquí se cantaba a la vida y la esperanza, cuando al exterior reinaba el dolor y la muerte en nuestra Patria”, expresaba Luis Enrique Salinas para dar paso a los cantantes de esta instancia.
Victoria Díaz Caro, la “Toya”, hija de detenido desaparecido, folclorista y tejedora de arpilleras, volvió a cantar en la misma casa donde su búsqueda de verdad y justicia se fundió con la labor de la Vicaría. Sus interpretaciones recordaron que detrás de cada caso hay historias familiares que siguen abiertas. Aún retumba su voz: “…Y daré la vida entera. Por esta vida, en dónde están…”
Luego fue el turno de Tata Barahona, cantautor que ha sabido mezclar trova y raíz folclórica con una mirada crítica y humana sobre lo cotidiano, además de ser parte del conjunto de música y teatro medieval Calenda Maia. Sus canciones trajeron al presente la crónica de una época. Con magistral talento, regaló a los presentes una canción compuesta por él especialmente para esta ocasión, a todos los trabajadores de la Vicaría, cuya letra y música dejó a un salón conmovido y encendió una lámpara en su luz. Así se escuchaba en una estrofa: “Cuando el miedo quiso quebrantar, los valientes fueron a buscar. Y es su testimonio una verdad que no puede negarse, fue un cobijo hermoso, Vicaría de la Solidaridad”.
Finalmente, Eduardo Peralta, trovador y payador de larga trayectoria, cerró la jornada musical. Muchos recordaron sus actuaciones de entonces, en el Café del Cerro o en encuentros organizados por la propia Vicaría. El humor también salvó y salva vidas. La guitarra interpretada con maestría y la alegría, nuevamente, fue un lenguaje común entre generaciones.
Lo que significó trabajar en la Vicaría
Meses antes del encuentro, la Fundación de Documentación y Archivo de la Vicaría de la Solidaridad (Funvisol), liderado por María Paz Vergara, abrió un formulario para recoger testimonios de ex trabajadoras y trabajadores. Lo que llegó fue un torrente de memoria: páginas y páginas de relatos que, leídos de corrido, forman un mosaico de vida, compromiso y dolor.
En esos testimonios, la Vicaría aparece una y otra vez como:
- Escuela de vida y de oficio. Ahí se formaron abogados, asistentes sociales, médicos, periodistas, procuradores, administrativos. Muchos descubrieron su vocación profesional defendiendo a víctimas de violaciones de derechos humanos y a lo que nadie los había preparado.
- Refugio y trinchera al mismo tiempo. Para quienes llegaban desesperados, la Vicaría era un lugar donde se escuchaba, se acompañaba y se actuaba. Para quienes trabajaban allí, era un espacio desde donde enfrentar la violencia de Estado con herramientas jurídicas, redes sociales y solidaridad.
- Comunidad que cuida. En medio de amenazas, seguimientos y cartas de amedrentamiento, el compañerismo y la amistad fueron un pilar. Varios recuerdan que la única forma de soportar tanta injusticia era apoyarse mutuamente, reír juntos, cantar, celebrar pequeños logros.
- Puente con el mundo. Desde esos pasillos se enviaron informes, denuncias y antecedentes a organismos internacionales. Se recibieron delegaciones extranjeras y se sostuvo una verdad que el régimen intentaba ocultar.
Hay recuerdos duros: allanamientos, despidos forzados, miedo por los hijos, noches en vela redactando recursos o revisando listas de detenidos. Pero también hay recuerdos luminosos: cafés compartidos al final de la jornada, la firmeza de obispos como Sergio Valech al resguardar archivos sensibles, la certeza de haber estado en el lado correcto de la historia.
En casi todos los relatos se repite una palabra: privilegio. Haber trabajado en la Vicaría fue, para muchos, un honor que todavía les marca el horizonte; un compromiso que atraviesa la vida entera.
La memoria que viene: un año para seguir tejiendo historia
El encuentro de ex trabajadores(as) no fue un acto aislado. El equipo organizador, liderado por el primer secretario ejecutivo de la Vicaría y actual presidente del directorio de Funvisol, Javier Luis Egaña, inauguró formalmente el camino hacia el aniversario número 50 de la creación de la Vicaría de la Solidaridad, que se cumple el 1 de enero de 2026.
Durante el próximo año se proyectan diversas actividades: una liturgia ecuménica en la Catedral, la interpretación de la Cantata de los Derechos Humanos del padre Esteban Gumucio y Alejandro Guarello, y la inauguración de una gran exposición conmemorativa en el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, el 10 de enero.
La Fundación de Documentación y Archivo de la Vicaria de la Solidaridad tiene la tarea de resguardar este legado, pero también de mantenerlo vivo. Eso implica cuidar los documentos, fotografías y testimonios, pero sobre todo acompañar procesos de memoria, verdad y justicia que siguen en curso.
Por eso, al final del acto se invitó a los presentes a seguir colaborando: a sumarse a las actividades futuras, a ayudar a encontrar contactos de ex compañeros y compañeras que no pudieron estar, a mantenerse conectados a través de los canales de la Fundación. La memoria, se recordó, se borda entre todos y todas, y cada nombre es un hilo imprescindible en ese tejido.
Por eso, también se agradeció al personal del Arzobispado, al equipo de producción, de Funvisol y al equipo de filmación del Museo de la Memoria y los Derechos Humanos.
Un legado que interpela
Para quienes no vivieron la dictadura, puede resultar difícil imaginar lo que significaba trabajar en la Vicaría: exponerse diariamente al riesgo, escuchar historias desgarradoras, enfrentar una institucionalidad que negaba lo evidente. Pero mirar de frente esa historia es una responsabilidad del presente.
La Vicaría de la Solidaridad fue respuesta concreta a un país atravesado por el miedo. Fue una Iglesia que eligió ponerse del lado de las víctimas, un grupo de profesionales y trabajadores que decidió no ser neutral ante la injusticia, una comunidad que sostuvo la esperanza cuando todo parecía perdido.
En el reencuentro del 26 de noviembre de 2025 no sólo se recordaron nombres y anécdotas. Se renovó un compromiso: seguir trabajando por un Chile más justo y solidario, donde nunca más se naturalicen la tortura, las desapariciones y el desprecio por la dignidad humana.
La memoria nos convocó. Y seguirá haciéndolo, cada vez que alguien cruce la puerta de Funvisol, abra una carpeta del archivo, escuche un testimonio o se detenga frente a una arpillera. Porque mientras estas historias se sigan contando, la Vicaría de la Solidaridad no será sólo un capítulo del pasado: será una luz insistente, recordándonos de qué lado queremos estar cuando la dignidad humana está en juego.
Fotos: Diego García-Huidobro y Pilar Egaña V.
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Pronto se subirán los registros del Museo de la Memoria y los Derechos Humanos y del Arzobispado de Santiago.