Como en tantos actos de los años 70 y 80, donde la Vicaría contó con Joan Manuel Serrat, Paco de Lucía o  Joan Báez, este especial encuentro tuvo un espacio para la música. La memoria se celebró con canciones que fueron banda sonora de aquellos años. Hay que recordar que la cultura fue muchas veces un salvavidas para tanto sufrimiento y esta vez guitarras y voces se unieron generosamente a este acto.

“Cómo no recordar las actuaciones del ICTUS, del Inti Illimani, Eduardo Peralta y el grupo ILLAPU, con el que cantábamos todos juntos el Negro José.  Cómo no recordar la vigilia de los cantores populares a lo divino y humano, toda una larga noche durante las actividades del Año de los Derechos Humanos. Cómo no recordar a don Roberto Parada con su potente voz recitando la “oda al cactus de las arenas”: “Hermano, hermana espera, no nos ha olvidado la primavera”.  Aquí se cantaba a la vida y la esperanza, cuando al exterior reinaba el dolor y la muerte en nuestra Patria”, expresaba Luis Enrique Salinas para dar paso a los cantantes de esta instancia.


Victoria Díaz Caro, la “Toya”, hija de detenido desaparecido, folclorista y tejedora de arpilleras, volvió a cantar en la misma casa donde su búsqueda de verdad y justicia se fundió con la labor de la Vicaría. Sus interpretaciones recordaron que detrás de cada caso hay historias familiares que siguen abiertas. Aún retumba su voz: “…Y daré la vida entera. Por esta vida, en dónde están…”

Luego fue el turno de Tata Barahona, cantautor que ha sabido mezclar trova y raíz folclórica con una mirada crítica y humana sobre lo cotidiano, además de ser parte del conjunto de música y teatro medieval Calenda Maia. Sus canciones trajeron al presente la crónica de una época. Con magistral talento, regaló a los presentes una canción compuesta por él especialmente para esta ocasión, a todos los trabajadores de la Vicaría, cuya letra y música dejó a un salón conmovido y encendió una lámpara en su luz. Así se escuchaba en una estrofa: “Cuando el miedo quiso quebrantar, los valientes fueron a buscar. Y es su testimonio una verdad que no puede negarse, fue un cobijo hermoso, Vicaría de la Solidaridad”.

Finalmente, Eduardo Peralta, trovador y payador de larga trayectoria, cerró la jornada musical. Muchos recordaron sus actuaciones de entonces, en el Café del Cerro o en encuentros organizados por la propia Vicaría. El humor también salvó y salva vidas. La guitarra interpretada con maestría y la alegría, nuevamente, fue un lenguaje común entre generaciones.

 

Fotos: Diego García-Huidobro y Pilar Egaña V.

Pronto se subirán los registros del Museo de la Memoria y los Derechos Humanos y del Arzobispado de Santiago.