Despedida a Roberto Garretón Merino, un hombre de paz, un hombre de justicia.
Estamos muy tristes, Chile está de duelo; quienes trabajamos en el Comité de Cooperación para la Paz en Chile y en la Vicaría de la Solidaridad, en cuyo nombre hablo, rendimos homenaje a Roberto, un Hombre de Paz, un Hombre de Justicia, con quien transitamos por el difícil, pero hermoso camino de la acción de los derechos humanos.
El 11 de septiembre de 1973 fue un trágico quiebre de la vida; “nos duele inmensamente y nos oprime, la sangre que ha enrojecido nuestras calles”, dijeron los obispos en su declaración de tres días más tarde.
Ese dolor lo percibió Roberto y adoptó una decisión esencial: dedicar toda su acción profesional y su vida a la defensa de las víctimas de las violaciones a los derechos humanos. No podía quedarse impasible al saber lo que ocurría.
En su condición de militante del Partido Demócrata Cristiano, fue un opositor al depuesto gobierno de Salvador Allende; no obstante esa circunstancia, estuvo entre los primeros abogados que asumieron las acciones de resguardo, protección y defensa de los derechos de las personas perseguidas y objeto de represión en el país por haber sido parte de ese gobierno o por haberlo apoyado de alguna forma.
Roberto nunca más abandonó esa temprana decisión.
Retornada la democracia, continuó en las acciones de defensa y promoción de los derechos humanos, tanto en Chile como en el extranjero, desempeñando un rol relevante que permitió reinsertar al país en el ámbito internacional de los derechos humanos. Su acción se extendió a numerosos países, donde formó defensores de derechos humanos, hizo publicaciones, ocupó posiciones relevantes en los órganos de derechos humanos de Naciones Unidas, fue testigo ante la Corte Penal Internacional. Seguramente es el chileno que ha recibido las más grandes distinciones nacionales e internacionales por sus acciones, incluida la más reciente, el Premio Nacional de Derechos Humanos otorgado por el Instituto Nacional de Derechos Humanos.
Siempre fiel a sus acciones y principios, aceptó participar en la Mesa de Diálogo, que buscaba obtener información y avanzar en la búsqueda de las víctimas de desaparición forzada, fundado en que “la demostración que se ha faltado a la verdad en materias sustanciales es un elemento adicional para exigir justicia. Hoy, luego de casi 30 años, avizoramos la posibilidad de justicia”.
Quienes fueron parte del Comité y de la Vicaría han manifestado sus testimonios, que ustedes deben conocer:
Fue claro y directo en sus intervenciones públicas y los cientos de alegatos ante las Cortes chilenas reclamando la libertad y protección de los perseguidos: “El Estado tiene la obligación de protegernos a todos, pero muy especialmente a aquellos que el mismo Estado mantiene bajo su directa dependencia, como son los detenidos: un detenido no se puede perder”, afirmó alegando la causa de un detenido desaparecido hasta el día de hoy.
En la víspera ha fallecido también otro héroe mundial de la defensa de los derechos humanos, el arzobispo anglicano Desmond Tutu, quien, al igual que Roberto al hablar de sus acciones, sostenía que “no éramos héroes. Hicimos lo que teníamos que hacer”.
“Nuestra tristeza tiene el consuelo de haber sido testigos de su hermosa vida y esto permanecerá en nuestro corazón y en nuestra memoria por siempre. Transmitiremos a las nuevas generaciones que una vez vivió entre nosotros un hombre capaz de poner su vida al servicio de las vidas de las demás personas”.
“Se fue un ser humano entrañable, el Justiciero, le decía yo porque en los tiempos más oscuros de la dictadura, golpeaba las puertas de los cuarteles secretos donde hacían sufrir lo indecible a quienes luchaban por la libertad y él, siendo un joven abogado de la Vicaría de la Solidaridad, se levantaba cada día con los nombres de los desaparecidos grabados en su corazón, con el coraje y la convicción de que mientras estuviera el Dictador en el poder, él lucharía arriesgando su vida, sin importar quién fuera la víctima del régimen del terror, ahí estaba él, impetuoso, denunciando sin parar a los victimarios, sin escatimar palabras y epítetos. Para él, no había tiempo que perder, y cuando la dictadura fue derrotada, él continuó luchando no solo en su patria, también a nivel internacional... Así era Roberto, un luchador como pocos, una persona querible, cariñosa, divertida, jugada, defensora a ultranza de los derechos humanos y la libertad...”.
“Por esas cosas de la vida, tuve el gran honor y la suerte de ser su amiga en la Vicaría de la Solidaridad, él, lo digo con respeto, fue mi maestro, me enseñó a vivir y traspasar el miedo en esos años horribles, cuando la vida y la muerte luchaban codo a codo y a veces las ganas de escapar de tanto dolor y oscuridad, predominaban. "No te rindas, es lindo cuando se lucha por un mundo mejor", decía, mientras caminábamos por la calle Ahumada observados por ojos invisibles...”.
“Cuando a alguien le llega el momento de morir como hoy a Roberto lo que hay que preguntar es si de verdad se va para siempre. Tú no te vas para siempre, Roberto. No nos dejas. La herencia de tu espíritu consagrado a los más altos valores nunca nos abandonará. Tu Chile te debe mucho de la época que no sólo fue la más siniestra de nuestra historia sino también en la que brillaron luces tan poderosas que no se extinguen ni siquiera con la muerte”.
Quien fuere nuestro Gran Pastor y guía, el Cardenal Raúl Silva Henríquez nos señaló: “Construir la paz es abrir el corazón y el espíritu para que la justicia, el amor y el respeto a la dignidad y a los destinos del hombre, penetren en el pensamiento e inspiren la actuación de todos, gobernantes y gobernados”.
La tarea de Roberto fue siempre luchar por los perseguidos, defender a los que sufren, estar a disposición de los necesitados; agradecemos haber trabajado con él y haber sido beneficiados con sus consejos y su amistad.
Gracias por tu legado querido amigo.
Nuestro afecto y gratitud a Marisa, Magdalena y Roberto hijo, sin quienes él no podría haber realizado la obra de su vida; ellos sufrieron directamente las amenazas, muy graves amenazas, los atentados, y nunca claudicaron en el apoyo y firme acompañamiento, tuvieron la fortaleza de sobreponerse al miedo y a la angustia, en tiempos difíciles y duros, sí, muy difíciles y muy duros.
¡Adiós Roberto!
Álvaro Varela