Monseñor Enrique Alvear Urrutia, el "Obispo de los pobres".
(Cauquenes, 29 de enero de 1916 — Santiago de Chile, 29 de abril de 1982).
Nació en Cauquenes al interior de una familia católica. Estudió en el Instituto de Humanidades Luis Campino, luego estudió Derecho en la Universidad Católica de Chile donde descubrió su vocación sacerdotal, ingresando al Seminario Mayor de Santiago y a la Facultad de Teología de la misma universidad.
Fue ordenado sacerdote por el Cardenal José María Caro en 1941. En su larga y fructífera labor dentro de la iglesia, trabajó codo a codo con el Cardenal Raúl Silva Henríquez y junto a él tuvo una activa participación en el Concilio Vaticano II, en la Conferencia Episcopal de Chile y en el CELAM, así como en organismos laicos de acción social.
Fue vicario general del Arzobispo de Santiago; fue Obispo de San Felipe; obispo auxiliar de Talca y Santiago y fue también Vicario Episcopal de las Zonas Oriente y Oeste.
Junto a esta defensa concreta y práctica de los indefensos en el período de la dictadura, el “Obispo de los pobres” como le llamaban, dejó también una clara y profunda reflexión acerca de la presencia de Dios en el mundo y del rol que le cabe a la iglesia, en la cual encontramos las raíces de su acción pastoral: “Muchos creen que hay dos historias de la humanidad, una que la hacen solamente los políticos, los militares, los hombres de pensamiento… y que mira exclusivamente al bien temporal y terrestre del hombre. Y otra historia, paralela a la anterior, que la hacen las Iglesias con sus pastores laicos y que mira exclusivamente el aspecto espiritual y eterno de los hombres. Hay muchos que creen y aceptan esa doble historia, se molestan y reclaman cuando estiman que la palabra o la acción de la Iglesia interviene en esta otra historia, tal vez querrían una Iglesia despreocupada del quehacer de esta patria terrena y preocupada solamente de la patria celestial. En esta visión de las dos historias paralelas hay un grave error. No hay dos historias: una profana y una sagrada sino una sola: la que Dios encomendó al hombre para que formara la familia humana; hay una sola historia que el hombre debe hacer como “imagen y semejanza” del Dios que es amor creador, sabio y poderoso, en humilde e inteligente colaboración con su plan creador y liberador: hay una sola historia de salvación y que Dios hace por medio de Jesucristo para liberar al hombre de todo pecado que lo oprima o rebaje su condición y dignidad de Hijo de Dios. Jesucristo es el Señor de la Historia”.
Aquel sacerdote que ya en su primera homilía como obispo expresó que serían los pobres quienes irían dirigidos sus esfuerzos, a “los abandonados de los hombres, pero los predilectos de Dios “ se encuentra hoy en proceso de beatificación y el 3 de diciembre de 2014, en sesión solemne, el Arzobispo de Santiago recibió toda la documentación que luego se envió al Vaticano en busca de acreditar la santidad de vida de monseñor Enrique Alvear.
Su férreo compromiso con la defensa de los derechos humanos se probó especialmente en los duros años de la Dictadura Militar, defendiendo y protegiendo a quienes se encontraban en la indefensión. Por ello sufrió el rechazo, vivió la inseguridad y también la persecución. Son múltiples los documentos, cartas, homilías, reflexiones las que se encuentran en el Centro de Documentación y Archivo de la Vicaría de la Solidaridad y que expresan su particular forma de valentía y serenidad a la hora de defender a los perseguidos.