Su muerte a los 93 años, en su casa y rodeado de sus seres queridos, logró estremecer al país.Es que Andrés Aylwin, ese hombre delgado, frágil, valiente;abogado defensor de numerosas víctimas de violaciones a los derechos humanos, se convirtió en un ejemplo de integridad y de servicio público.
Desde muy joven mostró su amor por la justicia y la fuerza de sus convicciones democráticas. Fundador del Partido Demócrata Cristiano, fue elegido diputado por su partido en 1965. En el Congreso, fue autor de numerosas iniciativas relacionadas con el problema campesino y participó, en los años de la reforma agraria, en la Comisión investigadora de actos de violencia en contra de campesinos.
Férreo defensor de la democracia, condenó pública y enérgicamente el Golpe de Estado de 1973. Incómodo para el régimen, fue relegado a la localidad de Guallatire, ubicado en el altiplano del norte de Chile. Una vez libre dedicó toda su energía, humana y profesional, a la defensa de quienes eran perseguidos, detenidos, torturados, desaparecidos. Fue abogado del Comité de Cooperación para la Paz en Chile y en 1976, cuando se crea la Vicaría de la Solidaridad, fue parte del grupo de abogados que incansablemente recorría comisarias, juzgados y tribunales militares, defendiendo a las víctimas. Fue también Presidente de la Agrupación de Abogados pro Derechos Humanos y Director de la Comisión contra la Tortura. En esta trayectoria recibió numerosos premios y reconocimientos nacionales e internacionales; el año 1992 diversos Organismos de Derechos Humanos junto a la Cámara de Diputados, postularon su nombre para el Premio Nobel de la Paz.
Esta vida sencilla y buena, animada por un fuerte sentido de justicia y por su fe en Dios, fue despedida por cientos de chilenos, desde Presidentes de la República, dirigentes sindicales, familiares de detenidos desaparecidos y de ejecutados, hasta estudiantes y dueñas de casa, que quisieron decirle adiós a un hombre justo.