En uno de los momentos más duros para las familias trabajadoras en Chile, la solidaridad se convirtió en una fuerza concreta de organización comunitaria y cuidado mutuo. En Temuco, el hambre de los niños y las niñas encendió la urgencia de actuar en ese agosto de 1976, y a pesar de no contar con recursos ni condiciones materiales, la colectividad decidió poner manos a la obra.

A un año del inicio de esta experiencia promovida desde la Iglesia, en la revista Solidaridad se podía leer que se habían establecido 21 comedores infantiles que alimentaban a más de 1.500 niños diariamente. La ayuda llegaba desde muchos rincones: vecinas que prestaban sus casas, jóvenes que organizaban a los más necesitados, parroquias que repartían alimentos, ferreterías que donaban cocinas, panaderías que aportaban su trabajo, y estudiantes que salían a recolectar alimentos.

Toda la atención era gratuita. Nadie pagaba por comer y nadie cobraba por ayudar. Lo que sostenía esta red era una ética profunda de compromiso con la vida y la dignidad, en un tiempo en que la pobreza, la cesantía y la desnutrición infantil golpeaban con fuerza.

Desde la Vicaría de la Solidaridad también se impulsaba el apoyo a trabajadores cesantes, con bolsas de trabajo y redes de sobrevivencia. Las mujeres formaban talleres para confeccionar arpilleras y productos que generaban ingresos.

Pero el problema seguía siendo urgente: un 73 % de los niños atendidos presentaba desnutrición. Por eso, cada olla compartida, cada pan amasado, cada fondo humeante contaba.

Compartimos a continuación un artículo original publicado en Solidaridad en agosto de 1976:

TEMUCO: LA INQUIETUD SE TRANSFORMÓ EN SOLIDARIDAD

“El que más se arriesga no pasa el río”. Eso pensaron en Temuco. Total, no había mucho que perder. A tropezones con las dificultades, comenzaron a funcionar el año pasado los primeros comedores.

Al principio parecía una empresa imposible: sin alimentos, sin local, sin leña, sin cocina. Pero con muchos niños con hambre y, lo más importante, con las ganas de cooperar.

MUCHOS POCOS HICIERON UN TODO

Una señora de la población prestó su casa. Otras vecinas se ofrecieron para ayudar a cocinar todos los días. Un grupo de jóvenes de la comunidad cristiana del sector inscribió a los niños más necesitados.

Y con lo que se logró juntar —un saco de papas y otro de porotos— partió el primer comedor infantil. De esto hace un año. Ahora son 21 comedores donde almuerzan diariamente más de 1.500 niños.

“No fue fácil”, nos cuenta la hermana Carmen, que trabaja en el Obispado, desde donde se coordina la ayuda. “El Obispo pedía en la misa: el que puede, que traiga lo que alcance.” Los párrocos, en 345 parroquias, llegaban con los alimentos como gotera, pero nunca fallaban.

Todo ha ido saliendo de a poco: los fondos, las cocinas, etc. Las ferreterías regalaron algunas; otras se compraron con rebaja, y unas que estaban por ahí abandonadas por inservibles, las arreglaron. El dueño de una barraca nos regala leña. En el matadero de SOCOAGRO —el jefe de distribución tiene una voluntad de oro— nos entregaban las cabezas de vacuno. Ahora ya no, pero cooperan con salmón y huesos.

Había que inventárselas de alguna manera. Estas cosas no caen del cielo. Un grupo de estudiantes católicos, por ejemplo, partió el Jueves Santo —con permiso de las autoridades— a pedir alimentos para los niños. Fueron casa por casa. Era el Día del Amor Fraterno. La mayoría no tenía mucho que dar, puñados a veces, pero compartían lo poco que tenían.

Ahora se consiguió que cooperaran algunas panaderías. Se les entrega la harina y ellos ponen la levadura y la mano de obra.

“Partimos sin nada” —recuerda la hermana Carmen— “pero donde hay inquietud, hay un comedor”.

LOS NIÑOS NO CABÍAN

“Cierto”, dice la señora María, encargada de un comedor. “Porque aquí tuvimos que partir en la casa de una de nosotras. Al comienzo hacíamos dos turnos, porque los niños no nos cabían adentro, y así y todo teníamos que instalar a algunos en el patio. Cuando llovía, era un problema. Ahora le hicimos una ampliación”, cuenta muy orgullosa. “Nos conseguimos unas maderas, porque seguían llegando niños, chiquititos, y cómo les íbamos a decir que no, cuando esta es, para algunos, la única comida del día”.

“Teníamos 51 inscritos, claro que vienen muchos más. Es que aquí casi nadie tiene trabajo. Unos pocos están en el Empleo Mínimo, pero igual no les alcanza. Imagínese, con 8 o 10 niños”.

“Y cuando están aquí, de alguna manera nos arreglamos. Con las señoras de aquí mismo preparamos el almuerzo, lo hacemos cundir como sea. Porque cuando hay conciencia, se puede hacer algo”.

Así, en el campamento Lanín se hace algo. Y en la población Nueva Oriente también.

Vienen llegando las señoras con un fondo humeante. Los niños, mientras esperan, juegan a salpicar barro en las pozas a la entrada del local parroquial donde funciona el comedor.

“Hicimos pancutras”, dice una de las señoras. “Las hicimos para aprovechar los huesos que nos llegaron. Están exquisitas. Les pusimos zanahoria rallada para que sea más alimento, porque más no hay. Por aquí la plata anda escasa. Alguna gente de aquí coopera con trabajo, pero no son muchos”.

Revista Solidaridad 1976
https://www.vicariadelasolidaridad.cl/documentos/revista-solidaridad-santiago-ndeg-1-ndeg-33-mayo-1976-diciembre-1977