Un disparo en plena Plaza de San Pedro estremeció al mundo aquel 13 de mayo de 1981. No era solo la vida del Papa Juan Pablo II la que pendía de un hilo; era también la confianza en un guía capaz de sostener la fe en medio de la violencia. Ese atentado marcó un antes y un después en la Iglesia Católica. Mehmet Ali Agca, un extremista turco, disparó contra el pontífice, hiriéndolo gravemente. La imagen de Juan Pablo II desplomándose en el papamóvil recorrió el planeta, sembrando temor y una profunda reflexión sobre la vulnerabilidad y el coraje que implica ser ese gran pastor.
Juan Pablo II perdonó a su agresor en un gesto que dio la vuelta al mundo. Fue uno de los momentos más recordados de su período. Conocido como el Papa peregrino, llevó su mensaje de fe y generó puentes hacia la juventud en los confines del mundo, convirtiendo sus viajes en signos visibles de cercanía y esperanza para los pueblos.
Como también lo fue la tenacidad del Papa Francisco, que no dudó en incomodar en nombre de los más vulnerables, abriendo la Iglesia al diálogo y proponiendo una "Iglesia en salida", que alude a una Iglesia que no se encierra en sí misma, sino que sale al encuentro de los alejados, de los descartados, de quienes están en las periferias existenciales y geográficas. Francisco hizo de la justicia social el corazón de su pontificado, insistiendo en una Iglesia capaz de tender la mano, de acoger y de sanar heridas, consciente de que “el nombre de Dios es Misericordia”.
Hoy, tras la partida del Papa Francisco y la reciente elección del Papa León XIV, el eco de aquel atentado sigue recordándonos que ser Papa no es solo un honor, sino una entrega radical, expuesta a la responsabilidad y a los cambios de la historia. Al comenzar este nuevo pontificado, la memoria de quienes han llevado esa carga proyecta su fuerza sobre los desafíos que el nuevo sucesor de Pedro ya comienza a enfrentar.
El nuevo pontífice, el cardenal Robert Prevost —de origen estadounidense y con una reconocida trayectoria pastoral en América Latina como misionero y obispo en Perú—, fue elegido recientemente como Papa León XIV. En sus primeras palabras públicas, habló en español y destacó el valor del diálogo y de la paz como caminos para la unidad, en un gesto que muchos interpretaron como un guiño a América Latina y a las comunidades que conocen de cerca su servicio eclesial en la región.
El Cónclave que acaba de celebrarse tuvo lugar en medio de recuerdos que interpelan y demandas que esperan respuestas. Los cardenales reunidos en Roma asumieron la tarea no solo de elegir a un nuevo pontífice, sino también de discernir cuáles deben ser las prioridades de una Iglesia que enfrenta un mundo en acelerada transformación.
El recuerdo de aquel mayo y el testimonio de los Papas que han sabido llevar la cruz de su ministerio con esfuerzo orientan este nuevo tiempo. Porque en cada elección papal se juega algo más que la continuidad de una tradición: se juega la renovación viva de un mensaje que, para millones, sigue siendo fuente de fe, de consuelo y de encarnar el Evangelio en la tierra.