Ana González de Recabarren (1925–2018) fue una de las más emblemáticas luchadoras por los derechos humanos en Chile. Madre, esposa, abuela y suegra de detenidos desaparecidos durante la dictadura de Augusto Pinochet, dedicó más de 45 años de su vida a buscar la verdad y la justicia por sus seres queridos —su marido, dos hijos y su nuera embarazada—, desaparecidos en abril de 1976. Tras llegar a la Vicaría de la Solidaridad, encontró allí apoyo y un espacio de esperanza que la impulsó a integrar activamente la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos (AFDD). Su vida fue ejemplo de dignidad, valentía y amor persistente frente al dolor y la impunidad.

Cuando la Vicaría de la Solidaridad se hizo cargo de las tareas del Comité de Cooperación para la Paz en Chile, en diciembre de 1975, la política de las desapariciones se encontraba en pleno auge y, junto con la tortura, constituía una de las prácticas habituales del régimen.

Cada uno de los casos de desaparición forzada, cuyos registros son resguardados por la Fundación Documentación y Archivo de la Vicaría de la Solidaridad, tiene su propia historia y sus deudos.

El de Ana González de Recabarren es uno de ellos; fue madre, esposa, abuela y suegra de detenidos desaparecidos por los servicios de seguridad del régimen dictatorial de Augusto Pinochet. Sus nombres son Luis Emilio Recabarren González, 29 años, un hijo; Manuel Guillermo Recabarren González ,22 años, dos hijos; Nalvia Rosa Mena Alvarado, 20 años, un hijo y embarazada de cuatro meses, todos ellos detenidos el 29 de abril de 1976; Manuel Segundo Recabarren Rojas,50 años, seis hijos, detenido el 30 de abril del mismo año.

En el momento en que se desata la tragedia en la familia Recabarren González, la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos (AFDD) llevaba ya funcionando casi dos años y recibía el apoyo decidido de la Vicaría de la Solidaridad. Ana relata que, poco tiempo después de ese aciago abril de 1976, al regresar a su casa nuevamente sin respuestas y luego de buscar a sus seres queridos en los lugares de siempre -oficinas públicas, cárceles, hospitales y morgues-, encontró en su puerta un sencillo papel con una nota que decía: "Señora, vaya a la Vicaría de la Solidaridad".

Siguió ese consejo y se dirigió a la Plaza de Armas de Santiago, donde funcionaba entonces la institución. Lo sucedido lo recuerda con sus propias palabras: "Fue como llegar a la misma casa de uno, mejor todavía...No me preguntaron si yo creía en Dios o no. Fueron los únicos que sabían cuánto había sufrido y me recibieron con los brazos abiertos", relataba en un Informe de Americas Watch.

En su incansable lucha por saber qué había ocurrido con su familia y ante el rechazo y la mentira como respuesta, de parte de las instituciones del Estado que debían responder, Ana se convirtió en activa participante de la Agrupación de Familiares, junto a muchas mujeres en su misma situación.

Fueron más de 45 años de su vida dedicados a buscar la verdad y la justicia, convencida de que esta batalla no era solo suya sino de todos los que soñaban con un país más digno y justo; convencida de que no es posible construir una sociedad sana sino sobre los pilares de la verdad y la justicia; y ella anhelaba esa sociedad donde nadie sobrara, para que vivieran sus hijas, hijos, nietas y nietos.

Como ella señala en una entrevista: "Ninguna gota es igual a otra; yo quería la mía. No son cinco bolsas de papas que perdí; yo perdí cinco vidas".

Alegre, doliente, serena, combativa y solidaria, recordaremos siempre su presencia digna e incansable en la búsqueda de la verdad y la justicia.  

Ana falleció el 26 de octubre de 2018, a los 93 años. Su muerte fue muy sentida en Chile y se le rindieron múltiples homenajes por su incansable lucha por los derechos humanos y la verdad sobre los detenidos desaparecidos.